El silencio impuesto a las mujeres no solo les arrebató derechos: también le robó al mundo siglos de progreso.
«Nos enseñaron la historia como si fuera escrita solo por hombres. Pero ¿y si te dijera que detrás de cada batalla ganada, de cada idea revolucionaria y de cada cambio social hubo mujeres que no aparecen en los libros? La igualdad que hoy disfrutamos no es un regalo: es la herencia de quienes se negaron a vivir en silencio. Descubre por qué escuchar todas las voces es la clave para un futuro mejor.»
¿Qué pasaría si la historia hubiera silenciado a las mujeres para siempre?
¿Alguna vez te has detenido a pensar cuántas ideas brillantes, cuántos avances científicos, cuántas decisiones políticas justas jamás conocimos y simplemente porque una mujer no tuvo la oportunidad de expresarlas? La historia oficial, esa que aprendemos en la escuela, está plagada de nombres masculinos. Y aunque detrás de cada uno de esos grandes relatos hay mujeres que también marcaron el rumbo, sus nombres, en la mayoría de los casos, quedaron en el olvido.
La discriminación no fue un episodio aislado; fue una norma durante siglos. Desde las civilizaciones antiguas hasta épocas recientes, a las mujeres se le negó el acceso a la educación, se las excluyó de la vida pública y se las redujo a roles domésticos. La inteligencia femenina, aunque siempre estuvo presente, rara vez fue reconocida. Pero incluso en los periodos más oscuros, hubo quienes se rebelaron.
Fueron pioneras que, sin plataformas digitales ni micrófonos, decidieron alzar la voz. Algunas escribieron bajo seudónimo para que su obra viera la luz; otras arriesgaron su vida para liderar movimientos sociales o defender derechos que ni siquiera existían en su tiempo. Su lucha no fue en vano: hoy podemos votar, estudiar, trabajar y decidir sobre nuestro propio destino gracias a la resistencia de esas mujeres que se negaron a vivir en silencio.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que todo está ganado. Aún hoy, en pleno siglo XXI, existen países donde una mujer no puede hablar en público, donde su rostro debe permanecer cubierto por ley o donde se le impide elegir su propio futuro. Y no hace falta mirar tan lejos: incluso en sociedades que presumen de igualdad, persisten las brechas salariales, los techos de cristal y la violencia de género.
En 2022, aproximadamente 48,800 mujeres y niñas perdieron la vida a manos de sus parejas u otros miembros de su familia en todo el mundo, lo que equivale a más de cinco mujeres o niñas asesinadas por hora por alguien de su propio círculo familiar. Alarmantemente, el 55% de los homicidios de mujeres son cometidos por sus parejas u otros familiares, mientras que solo el 12% de los homicidios de hombres tienen lugar en el ámbito privado (ONU Mujeres, s.f.). En el contexto peruano, la situación es alarmante, el reciente aumento de feminicidios registrados hasta septiembre de 2024, con un total de 121 casos, tres más que en el mismo periodo del año anterior. Esta cifra pone de manifiesto la insuficiencia de las medidas de prevención y protección, así como una respuesta inadecuada por parte de las autoridades ante este fenómeno, que también está vinculado a la desaparición de mujeres, con 18 víctimas de feminicidio previamente reportadas como desaparecidas (Defensoría del Pueblo, 2024).
Aquí surge una pregunta incómoda: ¿y los hombres? ¿Qué papel desempeñan frente a estas injusticias? La igualdad no es una concesión ni una “causa femenina”; es una cuestión de justicia social que nos concierne a todos. Los hombres tienen la capacidad —y la responsabilidad— de ser aliados, de cuestionar privilegios heredados y de contribuir activamente a derribar las barreras que aún persisten.
Cada vez que una mujer es silenciada, no solo se le arrebata su libertad; la sociedad entera pierde la oportunidad de beneficiarse de sus ideas y aportes. Del mismo modo, cada vez que una voz femenina es escuchada y valorada, todos ganamos.
Volvamos a la pregunta inicial: si callar a las mujeres nos ha costado siglos de progreso, ¿te imaginas cuánto podríamos avanzar si, desde hoy, decidiéramos escuchar y respetar cada una de sus voces? La respuesta, quizá, sea el mayor cambio que nos queda por conquistar.
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